Cuando el famoso ricachón
John Rockefeller murió, nadie sabía cuánto dinero tenía, a pesar de que se
suponía que era uno de los hombres más ricos del planeta. Se cuenta que como un
año después de su muerte, un reportero del Wall Street Journal que quiso hacer
un artículo sobre la riqueza de Rockefeller, decidió llamar al contador
ejecutivo del millonario, y astutamente le preguntó:
Disculpe, señor contador, no sé si usted me podría decir cuánto dejó Rockefeller......
-¡Claro que sí! - contestó el contador sagazmente - ¡Lo dejó todo!
Disculpe, señor contador, no sé si usted me podría decir cuánto dejó Rockefeller......
-¡Claro que sí! - contestó el contador sagazmente - ¡Lo dejó todo!
Algunos cristianos hoy viven
sus vidas como si se pudieran llevar a su mansión celestial todos los
"juguetes" que han adquirido en su vida terrenal. La Biblia enseña
claramente que ninguna de nuestras posesiones aquí las llevaremos allí. Aún
más, ninguna de las cosas que hoy vemos en este mundo sobrevivirá al proceso de
la segunda venida del Señor Jesucristo.
El apóstol Pedro enseña que
cuando el Señor venga en gloria "los
cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos y
la tierra y las obras que en ella hay serán quemadas", y luego añade
una importante advertencia: "Puesto
que todas estas cosas serán deshechas, ¡cómo no debéis vosotros andar en santa
y piadosa manera de vivir...!" (2 Pedro 3:10-11).
La Palabra de Dios,
entonces, enseña que hay dos tipos de cosas en nuestra vida: las trascendentes
y las intrascendentes. Las cosas trascendentes son las que han de trascender
(ir más allá) de nuestra propia existencia: la Palabra de Dios, el Amor, la
salvación, la vida eterna. Las cosas intrascendentes son todo lo demás: nuestra
casa, nuestro auto, la ropa que vestimos, los artefactos eléctricos, los
símbolos de "status" por los que tanto luchamos.
La
Biblia dice que no pongamos nuestra vista en las cosas que se ven porque
perecen; sino en las que no se ven porque son eternas.
El alto valor que le damos a
nuestras cosas materiales no nos permite oír la voz de Dios que a veces nos
quiere decir que sembremos algo de eso que tenemos, con lo cual podemos ser de
bendición a otra persona. Hay personas
que necesitan y Dios quiere usarnos a nosotros para suplirles.
El Señor nos dice en su
Palabra en Mateo 6:19 No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín
corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; 6:20 sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el
orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan.
Lo que nosotros hagamos por
alguien que está en necesidad, Jesús lo cuenta como si a Él se lo hiciéramos.
Es importante considerar que sólo somos administradores de lo que el Señor nos
da (Un administrador debe dar cuenta de lo que se le ha entregado). Recuerda la
“Parábola de los talentos”. Dios nos pedirá cuenta.
Los cristianos debemos concentrarnos
cada día en buscar más el reino de Dios y su justicia, que las cosas que
perecen.
Si entendiéramos en
profundidad la intrascendencia de nuestros bienes materiales, el 15% de la
congregación ya no tendría que sostener el 85% del ministerio, y nuestras
congregaciones cumplirían el propósito por el cual Dios nos tiene aún en la
tierra.
Aparte de lo material con lo
que Dios nos ha bendecido, tenemos algo que no tiene precio y que podemos
compartirlo: La salvación. Recuerda
que el Señor dice que “demos de gracia lo
que de gracia hemos recibido”.
Querido hermano y hermana,
te invito a considerar lo transcendental que es que una persona reciba la
Palabra de Salvación. Y tú y yo tenemos en nosotros ese tesoro que Dios nos dio
para que lo compartamos. Si lo haces, te garantizo que veras que tu vida
realmente tiene un propósito eterno y te garantizo que no hay mayor gozo que
ser un instrumento en las manos del Señor.
Dios te bendiga.
Pastor Antonio.
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